Voluntarismo
Una escena cinematográfica icónica para introducirse al concepto
[clásico] de voluntarismo, tiene lugar en la cinta "La
Vida es Bella", donde el protagonista Guido, influenciado por sus
conversaciones sobre Schoppenhauer, intenta mover una mesa usando la
fuerza de la voluntad. La idea central de aquél voluntarismo filosófico es
el logro de objetivos -más que por la razón- por acción la mera voluntad.
Según Schoppenhauer, la fuerza propulsora de todos los seres vivos es la
«voluntad de vida», que reviste un carácter instintivo, espontáneo. La
voluntad consciente se deriva de la fe individual ciega, instintiva. El
voluntarismo de Schopenhauer predica la doctrina fatalista, sustentada por el
budismo, de la renuncia a la voluntad individual de vida y la disolución de lo
individual en la voluntad mundial cósmica. La forma idealista subjetiva de
voluntarismo es típica de Stirner y Nietzsche. En sus doctrinas, la fuerza
motriz primaria es la voluntad individual libre: “Yo”. De ese modo, se rechaza
categóricamente el principio de la regularidad objetiva universal. A diferencia
del voluntarismo pesimista y fatalista de Schoppenhauer, el de Nietzsche reviste
un carácter agresivo, poniendo por las nubes la “voluntad de poder” como máxima
potencia volitiva. En forma vulgarizada, la doctrina de Nietzsche constituyó
una de las fuentes teóricas de la ideología fascista.
En ambas variedades, el voluntarismo es una versión irracionalista del
idealismo, que interpreta el principio espiritual primario del ser no como
lógico y racional, sino como lo que no se somete al conocimiento racional,
científico. [1]
Para Kant, en tanto, la voluntad determina la forma del obrar sobre
la base del imperativo categórico, es decir, de la autonomía de la «razón
práctica», que se impone a sí misma como deber, por lo que algunos lo
denominan «voluntarismo ético».
Sin embargo, existe otra acepción para el término «voluntarismo» prácticamente
desconocida para el habla hispana [2] -que motiva esta publicación- y que se
relaciona más bien con la forma de asociación entre seres humanos.
Como define Wikipedia en inglés, «Voluntaryism»:
«Filosofía libertaria que sostiene que todas las formas de asociación
humana deben ser voluntarias»
El movimiento voluntarista que dio forma a este ideal surgió en el
S. XIX -primero en Inglaterra y más tarde en Estados Unidos- como una corriente
que promovió la separación entre iglesia y estado.
En 1843, el Parlamento Inglés consideró una legislación que decretaba la
asistencia obligatoria de los niños a la escuela en tiempo parcial, donde el
control efectivo lo realizaría la Iglesia y se financiaría con impuestos.
Inconformes ante tal legislación, se hicieron conocidos como «voluntaristas» porque
rechazaron sistemáticamente todas las ayudas estatales y la interferencia
estatal en la educación, como también en el ámbito religioso de sus
vidas. (Se cuenta que incluso se las arreglaron para educar a sus hijos en
subterráneos para no ser descubiertos).
Tres de los voluntaristas más notables incluyen al joven Herbert Spencer
(1820-1903), que publicó su primera serie de artículos «El Buen Nivel de
Gobierno», que comienza en 1842; Edward Baines, Jr., (1800-1890) editor y
propietario del Leeds Mercury; y Edward Miall (1809-1881), ministro
congregacionalista, y fundador-editor de El Conformista (1841),
que escribió «Vistas Del Principio de Voluntariedad» (1845).
Los voluntaristas educativos querían libre comercio en la educación, tal
como apoyaban el libre comercio de maíz o algodón.
Ellos creían que el gobierno podría emplear la educación «para sus
propios fines» (hábitos de enseñanza de obediencia y adoctrinamiento), y que
las escuelas controladas por el gobierno en última instancia, enseñarían a los
niños a confiar en el estado en todos los ámbitos.
Consideraban asimismo, que debía eliminarse la influencia
eclesiástica oficial del Reino con el objetivo de la creación de una Iglesia
Voluntaria. En la iglesia voluntaria, la fe religiosa iba a ser una
cuestión de elección individual. El individuo ya no era automáticamente un
miembro de la iglesia por el solo hecho de haber nacido en el territorio. Por
otra parte, se podría optar por no ser miembro de una iglesia.
De acuerdo con esta nueva concepción de libertad y responsabilidad
religiosa hay que ver el acto de recolección de dinero en la misa de domingo
como un símbolo de la separación del estado a través del voluntarismo. La
recolección simboliza - de hecho, en parte, también actualiza e institucionaliza
- la visión de la iglesia como una persona jurídica: el cuerpo es un grupo
auto-determinado de miembros que al dar apoyo financiero a la iglesia afirman
su responsabilidad de participar en la formación de las políticas de la
iglesia. Así, el principio de voluntariedad asciende al principio de
consentimiento.
Al rechazar el control del estado, la iglesia (y el seminario teológico)
ya no iban a ser financiados por impuestos. La objeción a la tributación
en apoyo de la iglesia era doble: el apoyo a los impuestos no sólo daba al
Estado algún derecho de control; también representaba una forma de coaccionar a
los no miembros o no creyentes para dar apoyo financiero a la iglesia. La
libertad de elección para el individuo trajo consigo otra libertad, a saber, la
libertad de participar en la conformación de las políticas del grupo de la
iglesia de su elección. La justificación de este voluntarismo fue elaborado
teológicamente por los sectarios de los siglos XVI y XVII, y, más en términos
de la teoría social y política, por John Locke en el siglo siguiente.
Desde el punto de vista de una teoría de las asociaciones, la demanda de
la separación de iglesia y estado y el surgimiento de la iglesia voluntaria
representa el final de una vieja era y el comienzo de una nueva. La época
anterior había sido dominada por el ideal de "cristiandad", una
estructura unificada de la sociedad en una iglesia-estado. En la nueva era
de la iglesia voluntaria, libre de impuestos, iba a ser auto-sostenible para gestionar
sus propios asuntos. En la época anterior, de parentesco, y de castas, grupos
comunitarios restringidos habían determinado la mayor parte de los intereses y
las formas de participación. En la nueva era, esos intereses se segregaron. A
este respecto, aumentó la libertad de elección. El divorcio de la iglesia
y el estado y el advenimiento de la libertad de asociación religiosa ilustra
este tipo de aumento de la libertad de elección.
El empuje hacia la separación de la iglesia y el estado solamente pudo
tener éxito a través de una dura lucha por la libertad de asociación.
Inicialmente, las autoridades que se oponían afirmaron que la salud de la
sociedad se vería amenazada por el principio de voluntariedad. Sostenían
que la uniformidad de creencia era un requisito previo de un orden social
viable. Como la separación de poderes, el voluntarismo fue visto como
una cuña para el caos. Con el fin de defender la soberanía
irrestricta de la república, Thomas Hobbes publicó en 1651 su «Leviatán», el
ataque más convincente al principio voluntarista. En su visión, la iglesia
debería ser sólo un brazo del soberano. De hecho, ninguna asociación de
cualquier tipo hubo de existir fuera del control del Estado. Por lo tanto habló
de las asociaciones voluntarias, religiosas o seculares, como «gusanos en
las entrañas del hombre natural» (el conjunto social integrado). Ataques
análogos hacia la iglesia voluntaria vinieron también de los conservadores de
las colonias norteamericanas, donde prevalecía el stablishment. [3]
Hubo por lo menos dos estadounidenses conocidos que defendieron causas
voluntaristas durante la mitad del siglo XIX.
Henry David Thoreau (1817-1862) tuvo su primer roce con la ley
en su estado natal de Massachusetts en 1838, cuando cumplió veintiún años.
El Estado le exigió pagar entonces, el impuesto ministerial de un dólar, a
favor de un clérigo, «cuya prédica fue atendida por mi padre pero nunca por mí
mismo». Thoreau se negó a pagar el impuesto, el que fue pagado probablemente
por una de sus tías. Con el fin de evitar el impuesto ministerial en el futuro,
Thoreau tuvo que firmar una declaración jurada que acreditase que no era
miembro de la iglesia.
El encarcelamiento de Thoreau durante una noche por no pagar un impuesto
municipal, el impuesto de capitación, en la ciudad de Concord fue registrado en
su ensayo, «La Resistencia a Gobierno Civil», publicado por primera vez en
1849. Se refiere a menudo en él como «el deber de la desobediencia
civil», porque llegó a la conclusión de que el actuar del gobierno dependía de
la cooperación de sus ciudadanos. Si bien no fue un voluntarista completamente
coherente, escribió que deseaba no volver a «confiar en la protección del
Estado», y se negó a negociar con quienes apoyaran la esclavitud. Su célebre
frase «el mejor gobierno es el que menos gobierna», es una idea que abrazan
todos los voluntaristas.
William Lloyd Garrison (1805-1879), en tanto, fue un famoso
abolicionista y editor de «El Libertador». Casi todos los
abolicionistas se identificaron con el principio de auto-posesión, es decir,
que cada persona - como individuo - posee y debe controlar su propia mente y
cuerpo libre de interferencia externa coercitiva. Los abolicionistas pedían el
cese inmediato e incondicional de la esclavitud porque veían la esclavitud como
un rombo al hombre y en su peor forma. La esclavitud refleja el robo de
derechos de auto-posesión de una persona, donde el esclavo era un bien mueble
sin derechos propios. Los abolicionistas razonaron que cada ser humano, sin
excepción, debe ejercer de forma natural la soberanía sobre sí mismo y que
nadie puede ejercer el control por la fuerza sobre otro sin violar el principio
de auto-posesión. Aunque tampoco fue un voluntarista neto, su postura es
también filosóficamente compatible con el voluntarismo.
En otras partes del mundo, también comenzaría a manifestarse la
necesidad de avanzar en nuevas formas de asociación.
En el sur de África, el voluntarismo en materia religiosa fue una parte
importante del movimiento liberal "Gobierno Responsable" de la mitad
del siglo XIX, junto con el apoyo a la democracia multirracial y una oposición
al control imperial británico. El movimiento fue impulsado por poderosos
líderes locales como Saul Solomon y John Molteno.
La renovación de la etiqueta «voluntarista» en el siglo XX tuvo lugar en
1982, cuando George H. Smith, Wendy McElroy, y Carl Watner comenzaron a
publicar la revista «The Voluntaryist». George Smith sugirió
la utilización del término para identificar a los defensores de las libertades
que creían que la acción política y de los partidos políticos (especialmente la
del Partido Libertario) era la antítesis de sus ideas. En su “Declaración
de Propósito" «Ni balas ni Papeletas: Ensayos sobre Voluntarismo» (1983),
Watner, Smith y McElroy explicaron que los voluntaristas eran defensores de las
estrategias no políticas para lograr una sociedad libre. Ellos rechazaron la
política electoral «en la teoría y la práctica por ser incompatible con los
objetivos libertarios», y argumentaron que los métodos políticos invariablemente
fortalecerían la legitimidad de los gobiernos coercitivos.
El filósofo John Zube es conocido por su
apoyo y defensa del voluntarismo. Ha escrito una serie de artículos que abogan
por su defensa desde la década del ´80.
La filosofía voluntarista, en los términos descritos, está presente en el
corazón del libertarianismo, aunque mucho más enraizada en corrientes
anarcocapitalistas.
Un principio al que también adhieren es el Principio de No Agresión [4]. Los
voluntaristas rechazan el inicio de la agresión en todas sus formas: violencia,
amenaza de violencia, robo, coacción, fraude, intimidación, violación,
asesinato, etc.
La autodefensa mediante el uso de la
fuerza física no es una iniciación de la agresión, sino más bien una reacción a
la misma; Por lo tanto, es moralmente aceptable el uso de la fuerza para
defender la propia vida, la vida de otros, y la propiedad adquirida con
justicia.
De este mismo principio se desprende la oposición a todas las formas de
gobierno coercitivo.
El quehacer gubernamental, encuentra su justificación en un
"contrato social" que no es voluntario, (tampoco es un contrato) por
lo cual carece de legitimidad. Los
voluntaristas creen que todas las funciones estatales pueden ser reemplazadas
por la asociación voluntaria, y numerosas instituciones creadas
en las sociedades tempranas en Estados Unidos, Reino Unido y otros lugares
[5], así lo confirman.
Si bien puede volverse un tanto utópico pensar en soluciones
voluntaristas cuando la organización de la vida social [en la actualidad] se ha
extendido sistemáticamente hacia la centralización de poder por el Estado,
cobra mayor sentido cuando se piensa en micro territorios gestionados
completamente por sus habitantes.
Y es que el voluntarismo no se opone a la existencia de una forma de
gobierno que provea un marco para la vida en común, pero la decisión
de ser "gobernado" debe ser completamente voluntaria, como en
un contrato, donde ambas partes están de acuerdo y pueden poner fin al
mismo de no cumplir con lo pactado. El gobernante puede incluso
centralizar ciertas funciones, sobretodo administrativas, y ser respetado por
los gobernados, pero el elemento central en la relación es la voluntariedad.
El voluntarismo es la extensión máxima de la lógica voluntaria de las
relaciones de mercado. Por ende, es también la extensión máxima de la
cooperación pacífica que redunda en un mayor bienestar general y que no obedece
a ningún plan ni diseño.
Es un ideal elevado, pero ¿Por qué no tratar de tender a él?
«El triunfo de la persuasión sobre la fuerza es el signo de una sociedad
civilizada»
NOTAS:
[5]: The
Voluntary City
Una escena cinematográfica icónica para introducirse al concepto
[clásico] de voluntarismo, tiene lugar en la cinta "La
Vida es Bella", donde el protagonista Guido, influenciado por sus
conversaciones sobre Schoppenhauer, intenta mover una mesa usando la
fuerza de la voluntad. La idea central de aquél voluntarismo filosófico es
el logro de objetivos -más que por la razón- por acción la mera voluntad.
Según Schoppenhauer, la fuerza propulsora de todos los seres vivos es la
«voluntad de vida», que reviste un carácter instintivo, espontáneo. La
voluntad consciente se deriva de la fe individual ciega, instintiva. El
voluntarismo de Schopenhauer predica la doctrina fatalista, sustentada por el
budismo, de la renuncia a la voluntad individual de vida y la disolución de lo
individual en la voluntad mundial cósmica. La forma idealista subjetiva de
voluntarismo es típica de Stirner y Nietzsche. En sus doctrinas, la fuerza
motriz primaria es la voluntad individual libre: “Yo”. De ese modo, se rechaza
categóricamente el principio de la regularidad objetiva universal. A diferencia
del voluntarismo pesimista y fatalista de Schoppenhauer, el de Nietzsche reviste
un carácter agresivo, poniendo por las nubes la “voluntad de poder” como máxima
potencia volitiva. En forma vulgarizada, la doctrina de Nietzsche constituyó
una de las fuentes teóricas de la ideología fascista.
En ambas variedades, el voluntarismo es una versión irracionalista del
idealismo, que interpreta el principio espiritual primario del ser no como
lógico y racional, sino como lo que no se somete al conocimiento racional,
científico. [1]
Para Kant, en tanto, la voluntad determina la forma del obrar sobre
la base del imperativo categórico, es decir, de la autonomía de la «razón
práctica», que se impone a sí misma como deber, por lo que algunos lo
denominan «voluntarismo ético».
Sin embargo, existe otra acepción para el término «voluntarismo» prácticamente
desconocida para el habla hispana [2] -que motiva esta publicación- y que se
relaciona más bien con la forma de asociación entre seres humanos.
Como define Wikipedia en inglés, «Voluntaryism»:
«Filosofía libertaria que sostiene que todas las formas de asociación humana deben ser voluntarias»
El movimiento voluntarista que dio forma a este ideal surgió en el
S. XIX -primero en Inglaterra y más tarde en Estados Unidos- como una corriente
que promovió la separación entre iglesia y estado.
En 1843, el Parlamento Inglés consideró una legislación que decretaba la
asistencia obligatoria de los niños a la escuela en tiempo parcial, donde el
control efectivo lo realizaría la Iglesia y se financiaría con impuestos.
Inconformes ante tal legislación, se hicieron conocidos como «voluntaristas» porque
rechazaron sistemáticamente todas las ayudas estatales y la interferencia
estatal en la educación, como también en el ámbito religioso de sus
vidas. (Se cuenta que incluso se las arreglaron para educar a sus hijos en
subterráneos para no ser descubiertos).
Tres de los voluntaristas más notables incluyen al joven Herbert Spencer
(1820-1903), que publicó su primera serie de artículos «El Buen Nivel de
Gobierno», que comienza en 1842; Edward Baines, Jr., (1800-1890) editor y
propietario del Leeds Mercury; y Edward Miall (1809-1881), ministro
congregacionalista, y fundador-editor de El Conformista (1841),
que escribió «Vistas Del Principio de Voluntariedad» (1845).
Los voluntaristas educativos querían libre comercio en la educación, tal
como apoyaban el libre comercio de maíz o algodón.
Ellos creían que el gobierno podría emplear la educación «para sus
propios fines» (hábitos de enseñanza de obediencia y adoctrinamiento), y que
las escuelas controladas por el gobierno en última instancia, enseñarían a los
niños a confiar en el estado en todos los ámbitos.
Consideraban asimismo, que debía eliminarse la influencia
eclesiástica oficial del Reino con el objetivo de la creación de una Iglesia
Voluntaria. En la iglesia voluntaria, la fe religiosa iba a ser una
cuestión de elección individual. El individuo ya no era automáticamente un
miembro de la iglesia por el solo hecho de haber nacido en el territorio. Por
otra parte, se podría optar por no ser miembro de una iglesia.
De acuerdo con esta nueva concepción de libertad y responsabilidad
religiosa hay que ver el acto de recolección de dinero en la misa de domingo
como un símbolo de la separación del estado a través del voluntarismo. La
recolección simboliza - de hecho, en parte, también actualiza e institucionaliza
- la visión de la iglesia como una persona jurídica: el cuerpo es un grupo
auto-determinado de miembros que al dar apoyo financiero a la iglesia afirman
su responsabilidad de participar en la formación de las políticas de la
iglesia. Así, el principio de voluntariedad asciende al principio de
consentimiento.
Al rechazar el control del estado, la iglesia (y el seminario teológico)
ya no iban a ser financiados por impuestos. La objeción a la tributación
en apoyo de la iglesia era doble: el apoyo a los impuestos no sólo daba al
Estado algún derecho de control; también representaba una forma de coaccionar a
los no miembros o no creyentes para dar apoyo financiero a la iglesia. La
libertad de elección para el individuo trajo consigo otra libertad, a saber, la
libertad de participar en la conformación de las políticas del grupo de la
iglesia de su elección. La justificación de este voluntarismo fue elaborado
teológicamente por los sectarios de los siglos XVI y XVII, y, más en términos
de la teoría social y política, por John Locke en el siglo siguiente.
Desde el punto de vista de una teoría de las asociaciones, la demanda de
la separación de iglesia y estado y el surgimiento de la iglesia voluntaria
representa el final de una vieja era y el comienzo de una nueva. La época
anterior había sido dominada por el ideal de "cristiandad", una
estructura unificada de la sociedad en una iglesia-estado. En la nueva era
de la iglesia voluntaria, libre de impuestos, iba a ser auto-sostenible para gestionar
sus propios asuntos. En la época anterior, de parentesco, y de castas, grupos
comunitarios restringidos habían determinado la mayor parte de los intereses y
las formas de participación. En la nueva era, esos intereses se segregaron. A
este respecto, aumentó la libertad de elección. El divorcio de la iglesia
y el estado y el advenimiento de la libertad de asociación religiosa ilustra
este tipo de aumento de la libertad de elección.
El empuje hacia la separación de la iglesia y el estado solamente pudo
tener éxito a través de una dura lucha por la libertad de asociación.
Inicialmente, las autoridades que se oponían afirmaron que la salud de la
sociedad se vería amenazada por el principio de voluntariedad. Sostenían
que la uniformidad de creencia era un requisito previo de un orden social
viable. Como la separación de poderes, el voluntarismo fue visto como
una cuña para el caos. Con el fin de defender la soberanía
irrestricta de la república, Thomas Hobbes publicó en 1651 su «Leviatán», el
ataque más convincente al principio voluntarista. En su visión, la iglesia
debería ser sólo un brazo del soberano. De hecho, ninguna asociación de
cualquier tipo hubo de existir fuera del control del Estado. Por lo tanto habló
de las asociaciones voluntarias, religiosas o seculares, como «gusanos en
las entrañas del hombre natural» (el conjunto social integrado). Ataques
análogos hacia la iglesia voluntaria vinieron también de los conservadores de
las colonias norteamericanas, donde prevalecía el stablishment. [3]
Hubo por lo menos dos estadounidenses conocidos que defendieron causas
voluntaristas durante la mitad del siglo XIX.
Henry David Thoreau (1817-1862) tuvo su primer roce con la ley
en su estado natal de Massachusetts en 1838, cuando cumplió veintiún años.
El Estado le exigió pagar entonces, el impuesto ministerial de un dólar, a
favor de un clérigo, «cuya prédica fue atendida por mi padre pero nunca por mí
mismo». Thoreau se negó a pagar el impuesto, el que fue pagado probablemente
por una de sus tías. Con el fin de evitar el impuesto ministerial en el futuro,
Thoreau tuvo que firmar una declaración jurada que acreditase que no era
miembro de la iglesia.
El encarcelamiento de Thoreau durante una noche por no pagar un impuesto
municipal, el impuesto de capitación, en la ciudad de Concord fue registrado en
su ensayo, «La Resistencia a Gobierno Civil», publicado por primera vez en
1849. Se refiere a menudo en él como «el deber de la desobediencia
civil», porque llegó a la conclusión de que el actuar del gobierno dependía de
la cooperación de sus ciudadanos. Si bien no fue un voluntarista completamente
coherente, escribió que deseaba no volver a «confiar en la protección del
Estado», y se negó a negociar con quienes apoyaran la esclavitud. Su célebre
frase «el mejor gobierno es el que menos gobierna», es una idea que abrazan
todos los voluntaristas.
William Lloyd Garrison (1805-1879), en tanto, fue un famoso
abolicionista y editor de «El Libertador». Casi todos los
abolicionistas se identificaron con el principio de auto-posesión, es decir,
que cada persona - como individuo - posee y debe controlar su propia mente y
cuerpo libre de interferencia externa coercitiva. Los abolicionistas pedían el
cese inmediato e incondicional de la esclavitud porque veían la esclavitud como
un rombo al hombre y en su peor forma. La esclavitud refleja el robo de
derechos de auto-posesión de una persona, donde el esclavo era un bien mueble
sin derechos propios. Los abolicionistas razonaron que cada ser humano, sin
excepción, debe ejercer de forma natural la soberanía sobre sí mismo y que
nadie puede ejercer el control por la fuerza sobre otro sin violar el principio
de auto-posesión. Aunque tampoco fue un voluntarista neto, su postura es
también filosóficamente compatible con el voluntarismo.
En otras partes del mundo, también comenzaría a manifestarse la
necesidad de avanzar en nuevas formas de asociación.
En el sur de África, el voluntarismo en materia religiosa fue una parte
importante del movimiento liberal "Gobierno Responsable" de la mitad
del siglo XIX, junto con el apoyo a la democracia multirracial y una oposición
al control imperial británico. El movimiento fue impulsado por poderosos
líderes locales como Saul Solomon y John Molteno.
La renovación de la etiqueta «voluntarista» en el siglo XX tuvo lugar en
1982, cuando George H. Smith, Wendy McElroy, y Carl Watner comenzaron a
publicar la revista «The Voluntaryist». George Smith sugirió
la utilización del término para identificar a los defensores de las libertades
que creían que la acción política y de los partidos políticos (especialmente la
del Partido Libertario) era la antítesis de sus ideas. En su “Declaración
de Propósito" «Ni balas ni Papeletas: Ensayos sobre Voluntarismo» (1983),
Watner, Smith y McElroy explicaron que los voluntaristas eran defensores de las
estrategias no políticas para lograr una sociedad libre. Ellos rechazaron la
política electoral «en la teoría y la práctica por ser incompatible con los
objetivos libertarios», y argumentaron que los métodos políticos invariablemente
fortalecerían la legitimidad de los gobiernos coercitivos.
El filósofo John Zube es conocido por su
apoyo y defensa del voluntarismo. Ha escrito una serie de artículos que abogan
por su defensa desde la década del ´80.
La filosofía voluntarista, en los términos descritos, está presente en el corazón del libertarianismo, aunque mucho más enraizada en corrientes anarcocapitalistas.
Un principio al que también adhieren es el Principio de No Agresión [4]. Los voluntaristas rechazan el inicio de la agresión en todas sus formas: violencia, amenaza de violencia, robo, coacción, fraude, intimidación, violación, asesinato, etc.
La autodefensa mediante el uso de la
fuerza física no es una iniciación de la agresión, sino más bien una reacción a
la misma; Por lo tanto, es moralmente aceptable el uso de la fuerza para
defender la propia vida, la vida de otros, y la propiedad adquirida con
justicia.
De este mismo principio se desprende la oposición a todas las formas de
gobierno coercitivo.
El quehacer gubernamental, encuentra su justificación en un
"contrato social" que no es voluntario, (tampoco es un contrato) por
lo cual carece de legitimidad. Los
voluntaristas creen que todas las funciones estatales pueden ser reemplazadas
por la asociación voluntaria, y numerosas instituciones creadas
en las sociedades tempranas en Estados Unidos, Reino Unido y otros lugares
[5], así lo confirman.
Si bien puede volverse un tanto utópico pensar en soluciones
voluntaristas cuando la organización de la vida social [en la actualidad] se ha
extendido sistemáticamente hacia la centralización de poder por el Estado,
cobra mayor sentido cuando se piensa en micro territorios gestionados
completamente por sus habitantes.
Y es que el voluntarismo no se opone a la existencia de una forma de
gobierno que provea un marco para la vida en común, pero la decisión
de ser "gobernado" debe ser completamente voluntaria, como en
un contrato, donde ambas partes están de acuerdo y pueden poner fin al
mismo de no cumplir con lo pactado. El gobernante puede incluso
centralizar ciertas funciones, sobretodo administrativas, y ser respetado por
los gobernados, pero el elemento central en la relación es la voluntariedad.
El voluntarismo es la extensión máxima de la lógica voluntaria de las
relaciones de mercado. Por ende, es también la extensión máxima de la
cooperación pacífica que redunda en un mayor bienestar general y que no obedece
a ningún plan ni diseño.
Es un ideal elevado, pero ¿Por qué no tratar de tender a él?
«El triunfo de la persuasión sobre la fuerza es el signo de una sociedad civilizada»




Hola Virna, felicitaciones por tu blog. Preparar y escribir para los demás no es tan sencillo (al menos para mí y por eso no escribo nada), requiere tiempo y determinación; como tampoco lo es opinar cuando se trata de temas complejos.
ResponderEliminarMe sorprendió que pensaras en un sustento metafísico al voluntarismo como expresión del Yo. Cuando hablamos de individuo partimos de un arbitrio que se refiere al humano como tal. Pero, ¿qué es el individuo (humano) sino un conjunto de otras unidades conviviendo bajo ciertas reglas biológicas? ¿Son éstas voluntarias? ¿Podría establecerse voluntariedad en la convivencia entre leucocitos y eritrocitos?
El ser (metafísico) humano no es sino una conjunto ambulante de otros seres; seres que, si interpretamos bien a Nietzsche (me salto a los demás porque Nietzsche fue el que se acercó más a la unidad), tienen esa pulsión vital que se resume en el concepto "voluntad de poder". La voluntad de poder es el vivir por vivir, es una fuerza incontrolable e inconsciente que manifiesta cada ser (metafísico) vivo; no hay determinación a vivir; no hay razón.
Por el contrario, no es el ser metafísico sino algunos humanos liberales-libertarios quienes razonaron un conjunto de reglas para vivir en sociedad. Porque los principios libertarios son precisamente porque el ser humano es social; inútiles en solitario. Es aquí donde me llama la atención que partieras con este tema: es el quid liberal -me salto los contractualistas y a los igualitarios, que son una oxímoron- "que todas las formas de asociación humana deben ser voluntarias". Y agrego: en especial los sistemas políticos.
En una utopía (o distopía, según otros lo vean) liberal, no habría problemas en que cada quién viva y acuerde reglas con otros que coincidan con sus mismos intereses, o no. Mientras las relaciones sean voluntarias y que cada uno pueda hacer uso de la "cláusula de salida", los partidarios del aborto podrían vivir juntos a los que no lo son; así como los animalistas y los taurófilos. Eso no quitaría que unos y otros se consideren "bárbaros", pero no habría imposición de reglas a los demás. ¿Hay que tender a eso? Yo pienso que sí.
¿Es sencillo? No lo es. Lamentablemente los liberales vivimos sometidos. Lo que yo he llamado sometimiento estratégico; que es cuando no nos rebelamos violentamente contra la coacción. Las reglas son impuestas a los demás por los estados, por lo que la convivencia entre los anteriores no es voluntaria. Gana el que tiene más votos; que es la esencia antiliberal de la democracia. Pero ese ya es otro tema.
Saludos.
Hola. Muchas gracias por tu interés :)
EliminarLa verdad es que las acepciones filosóficas tradicionales de Nietzche y Schoppenhauer, si bien me parecen interesantísimas, fueron incluidas a modo introductorio porque son las más conocidas del término. Lo que me interesaba mostrar particularmenteque es que no sólo puede hablarse de voluntarismo para referirse a estas y que la acepción libertaria, aunque no reconocida formalmente por la lengua hispana, merece ser mostrada y promovida. Para hablar de voluntarismo necesariamnete debemos situarnos en el ser humano: pues es mediante la razón que se puede llegar a decidir sobre la mejor forma de asociación. Me alegra que compartas conmigo la importancia de tratar (por lo menos) de acercarse a este ideal. Un abrazo.
Sí; así entendí la introducción, como tal para establecer que cuando se habla de voluntad o voluntarismo -en la práctica- nos referimos al individuo humano. Que puedan ser ampliadas al ser metafísico puso un plus (te prometo que no fumé nada raro) a mi análisis; después de leer varias veces tu columna.
EliminarNo solo comparto, sino que considero fundamental la relación voluntad-individuo como base para cualquier teoría liberal. También me llamó la atención que justo partieras con este tema porque, yo he escrito algunas veces que "cualquier sistema político es válido siempre y cuando no sea impuesto y tenga "cláusula" de salida"; en otras palabras, que sea voluntario.
La voluntad puede incluso anular lo que algunos liberales consideran derechos fundamentales, como la vida y la propiedad. El individuo puede -voluntariamente- aceptar términos que son contrarios a esos absolutos. Un ejemplo claro sería un contrato -voluntario- de esclavitud o, sin ir más lejos, la eutanasia.
Hay una explicación muy buena del profesor Bastos, sobre las relaciones que parecen forzadas (de "dominación"), pero que en realidad son voluntarias (a partir del minuto 2) https://www.youtube.com/watch?v=BcBV3yO6gas
Saludos.
Otra parte de la explicación del profesor Bastos sobre dominación (de Pettit) parte de aquí https://www.youtube.com/watch?v=T1dNzuA6-Ws (02:08). Lo relevante de esto es la voluntariedad de las relaciones pese a que algunos consideren "dominación". Saludos
EliminarBuenísimo! No había visto esos videos de Bastos. Es exactamente el punto, tendré que leer a Pettit :)
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