Ciencia, Método y la Escuela Austriaca de Economía.


 El avance científico a lo largo de la historia ha precisado de la adopción de ciertas ideas como válidas y el necesario descarte de otras. El criterio adoptado para efectuar esta distinción ha sido motivo de reflexión y discusión filosófica: tenemos nociones de cómo opera la construcción del conocimiento, mas no sabemos con absoluta certeza los mecanismos implicados.
El método científico, ha permitido a los investigadores contar con un esquema lógico de considerandos que ha brindado a la disciplina -me refiero especialmente a las ciencias naturales o materiales- mantener un «orden» que sin duda ha contribuido a su desarrollo. Pero reconocer que un método formal puede funcionar para construir conocimiento no necesariamente implica la inexistencia de otras vías de acercamiento más robustas.
Como demostrase Paul Feyerabend, en su Tratado Contra el Método, existe en la historia de la ciencia numerosos casos en que la elaboración de teorías partió desde razonamientos antagónicos a los aceptados y constituyeron un completo desafío a las teorías universalmente validadas por la ciencia hasta ese entonces. Galileo y la teoría heliocéntrica es probablemente el mejor ejemplo de ello.
La idea de antagonismo de posiciones en la construcción -y solidificación-  del conocimiento científico es también parte importante de la obra de Karl Popper. 
Según Popper, el conocimiento científico es hipotético, pues se construye a través de conjeturas. Popper comprende la importancia de acercarse a una verdad objetiva para construirlo, y esa verdad precisa de refutaciones: «el conocimiento es labor de conjetura disciplinada por la crítica racional».

Aunque admirador del método científico, reconoce que en esta búsqueda es bastante común caer en el cientifismo:

«A pesar de mi admiración por el conocimiento científico, no soy un partidario del 'cientifismo', pues el cientifismo afirma dogmáticamente la autoridad del conocimiento científico, mientras que yo no creo en autoridad alguna y siempre me he resistido al dogmatismo; y sigo resistiéndome, especialmente en la ciencia».

Como bien apunta Popper, el problema que genera la [comprensible] admiración por el método científico redunda en una tendencia al cientifismo. Se creyó que la totalidad de los fenómenos podría estudiarse bajo una metodología determinada, por lo que incluso en la problemática relacionada con el quehacer humano -como por ejemplo las decisiones económicas de un agente en un entorno determinado- la autoridad del método sería infalible.

Desde comienzos de siglo, la preocupación de los economistas fue encontrar «el método» que otorgase credibilidad y rigurosidad a la disciplina y el despliegue de complejas formalizaciones físico-matemáticas para modelar fenómenos era demasiado atractivo como para no intentar hacer lo propio con una materia de estudio tan compleja -la más compleja de todas según Hayek- como la economía.
La comprensión de este hecho fue plasmada en forma brillante en su discurso tras recibir el Nobel de Economía en 1974: «La Pretensión Del Conocimiento».





Y es que evidentemente, si se pretende lograr un efecto persuasivo, ilustrar la relación entre oferta y demanda, añadiendo variables precio y cantidad en un gráfico -por ejemplo- luce mucho «más científico» que expresarla simplemente en un enunciado verbal. Y no estoy diciendo con esto que el gráfico no sirva, pues efectivamente es útil para entender en muchos casos la interrelación entre las variables, pero los posteriores desarrollos teóricos (generalmente matemáticos) que se introdujeron sobre este modelo, desvirtuaron el estudio a tal punto que hoy no es posible, por ejemplo, contar con una teoría de la competencia sólida construida sobre esta base.

Y precisamente es en este punto donde radica la importancia de la Escuela Austriaca de Economía: desde la revolución marginalista, los austriacos comprendieron que la vía matemática, si bien puede ofrecer explicaciones satisfactorias para ciertos casos, se aleja de un elemento central del estudio económico: el hombre.

Regirse por las leyes de la física, la química y la matemática para estudiar la materia y la energía es perfectamente coherente porque se puede controlar todas las variables en un experimento.
Pero ¿Cómo podría alguien controlar las decisiones económicas de millones de personas con distintas motivaciones, realidades, personalidades, capacidades y gustos? Más aún: ¿Puede alguien conocer exactamente lo que piensa otro, o estimar el futuro con certeza si ni siquiera sabemos a cabalidad cómo funciona el cerebro humano?

Así como resulta impensable estudiar y profundizar en los procesos biológicos vitales sin conocer la célula, unidad básica fundamental, ¿Por qué resulta posible para el mainstream aceptar el estudio económico sin entender primero al individuo desde su particular subjetividad?
Estas obervaciones llevaron a los austriacos a inclinarse metodológicamente por el individualismo y el subjetivismo. Los axiomas deducidos de forma lógica permitieron explicar en forma satisfactoria mayor cantidad de hechos.


El positivismo matemático en el estudio económico, representa en nuestro tiempo al geocentrismo; la acción humana al heliocentrismo y los economistas austriacos, a Galileo.


¡«Eppur Si Muove»!











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