Taxation is theft





« Se oye decir alguna vez que los impuestos son la inversión más rentable, una especie de rocío fecundo que ayuda a vivir a muchas familias y que repercute favorablemente sobre la industria. En definitiva, que es lo infinito, la vida.
(...) El beneficio que encuentran los funcionarios cuando cobran sus haberes es lo que se ve. El que redunda para sus proveedores es, todavía, lo que se ve. Esto salta a la vista.
Pero la desventaja que los contribuyentes sienten al tener que afrontarlo es lo que no se ve, y el perjuicio resultante para sus proveedores es lo que no se verá nunca, aunque esto hay que verlo con los ojos del espíritu.
 Cuando un funcionario público gasta en provecho propio cinco francos más es porque un contribuyente gasta en provecho propio cinco francos menos. El gasto del funcionario se ve porque se verifica; pero el del contribuyente no se ve porque ¡Ay!, se le impide realizarlo»
 
Frédéric Bastiat, «Obras Escogidas».


En círculos libertarios la frase Taxation Is Theft [Los impuestos son robo] es una máxima. Y es que su veracidad es fácilmente comprobable.
Analicemos.  Según la definición más básica y estándar del verbo «robar», encontramos: «Quitar o tomar para  con violencia o con fuerza lo ajeno». Los impuestos (como su nombre lo indica) son cobrados al contribuyente por la fuerza que el Estado ejerce sobre él. El negarse a pagar impuestos es penado ya sea con fuertes multas, despojo de bienes o privación de libertad. Por lo tanto, si el Estado quita para sí con fuerza lo ajeno (aquello que NO ha producido) los impuestos SI constituyen robo.

«Quizás sea inmoral, pero es algo indispensable porque es la forma que utilizan todas las sociedades para organizarse» dirán algunos. «Es el precio que pagamos por vivir en una sociedad civilizada», dirán otros. «Sin impuestos, ¿De qué otra forma se podría financiar los servicios públicos?», es la mayor interrogante que surge tras reconocer la inmoral naturaleza de la tributación. Lo que se desconoce es que hay abundantes ejemplos históricos de provisión de bines públicos financiados en forma voluntaria y descentralizada.

Aunque, efectivamente, en la mayoría de las civilizaciones el cobro de impuestos ha sido una práctica institucionalizada para financiar servicios públicos, conviene preguntarse ¿Es por ello legítima? ¿Es legítimo que una porción de lo extraído por la fuerza a un ciudadano tenga como fin el financiamiento de actividades con las cuales no necesariamente está de acuerdo? ¿Qué tan justa puede resultar una organización asentada en un acto inmoral como el robo? Y si aceptamos que es inmoral desde su misma base ¿Qué moralidad y justicia puede esperarse de su praxis?

Si la propiedad de un hombre es una prolongación de su personalidad, de su particular talento, trabajo y esfuerzo; y fue adquirida con justicia, el despojo parcial de ella -por mucho que se justifique su utilización en fines altruistas como la ayuda al pobre o el «bienestar general»- constituye de igual forma, una vulneración de su soberanía individual.


«El impuesto a los productos del trabajo va a la par con el trabajo forzado». 
Robert Nozick. «Anarquía, Estado y Utopía».



Dentro del liberalismo, en las corrientes clásica y minarquista se acepta el cobro de impuestos siempre y cuando se establezca dentro de los límites de un Estado mínimo. Si bien a veces se complica definir éste mínimo, puede considerarse una posición razonable, considerando que ante el estratosférico nivel de poder estatal coercitivo alcanzado en la actualidad, resulta más cercanamente factible pensar en una disminución paulatina de aquellas atribuciones por medio de la democracia, que en un cambio radical por otra vía.

La posición anarcocapitalista, en tanto, considera que la mejor estrategia para lograr la plena emancipación libertaria es no participar del juego: marginarse de la democracia representativa, evadir impuestos, utilizar moneda descentralizada, comprar en el mercado negro (corriente agorista), prescindir de servicios públicos estatales, y en definitiva, limitar al máximo la injerencia estatal en la vida.


Sea cual sea la visión filosófica adoptada ante la acción del Estado, una cosa es clara: el poder coercitivo estatal y la libertad individual son inversamente proporcionales.


Oponerse a actividades que no proceden de la voluntad de las personas, sino de una relación asimétrica de poder, resulta imperativo para la causa libertaria. 





El fin no puede justificar los medios y la solidaridad no es solidaridad si no es voluntaria.



Pero además de las razones filosóficas expuestas, que por si mismas deberían bastar para rechazar el ,«robo institucionalizado», podemos encontrar razones pragmáticas para querer limitar (o eliminarlo).


Efectos sobre el crecimiento

Por una parte, es posible hallar un efecto negativo del cobro de impuestos sobre el crecimiento económico. Un análisis de varios estudios empíricos publicado por la Tax Foundation, concluyó lo que la lógica también indica: impuestos sobre el ingreso corporativo y personal son particularmente perjudiciales para el crecimiento económico. Esto se debe a que el crecimiento económico proviene en última instancia de la producción, la innovación y la asunción de riesgos. Actividades que son desincentivadas con la aplicación de un alto impuesto.



Efectos sobre la recaudación.

El nivel impositivo que fija cada país dependerá obviamente de cuanto desea recaudar. Una guía utilizada para establecer el óptimo teórico es la curva de Laffer, que establece la relación entre nivel impositivo y la recaudación fiscal; en donde 0% y 100% de nivel impositivo representan nula recaudación y el área bajo la curva, sus niveles de recaudación correspondientes. Si se excede el límite, aunque se siga aumentando el impuesto, la recaudación tenderá a la baja.






Lo más relevante de la curva es ilustrar que el grado de tributación en algún punto sí va a afectar negativamente la recaudación.

Algunos críticos de Laffer, basándose en datos empíricos, aseguran que siempre a mayor impuesto habrá mayor recaudación, sin embargo, también hay casos que demuestran lo contrario.

En Irlanda, por ejemplo, la fuerte rebaja impositiva que posibilitó un sorprendente crecimiento teórico de 26,3% también trajo consigo un aumento en la recaudación de un 7.8%. [1]

Otro ejemplo es Reino Unido, donde la rebaja al impuesto de sociedades permitió recaudar incluso un 30% más. [2]

Como el trabajo con datos estadísticos no está exento de sesgo,  y hay infinidad de factores que pueden afectar un resultado u otro, conviene analizar, de nuevo, lo que pasa desde un punto de vista lógico: A mayor carga fiscal, el sector productivo querrá minimizar pérdidas recurriendo a sofisticada ingeniería tributaria que permita eludir el máximo posible, por una parte, o buscar otras jurisdicciones menos gravosas para establecerse o realizar nuevas inversiones, por otra. El elevado impuesto a la renta, además, incita a las personas a hacer lo mismo para proteger su patrimonio.


Como la recaudación depende además de la estructura tributaria de cada país, no es fácil anticipar que sucederá en cada caso. Pero si se analiza desde el punto de vista de los incentivos, resulta evidente que el emprendimiento y la innovación florecen donde se castiga menos la creación de riqueza, y la mayor o menor carga fiscal, es un factor importante. (Es por esa razón que vemos a las gigantes tecnológicas asentarse en Irlanda y no en Francia, por ejemplo).



Efectos simultáneos

Un ejemplo que ha servido para demostrar tanto los efectos negativos sobre el crecimiento como sobre la recaudación fue el «Supertax» de 75% a las grandes fortunas de Hollande, que, inspirado en el trabajo de Piketty, provocó fuga de capitales, alta evasión, menor recaudación, y por supuesto, menor creciemiento.[3]




Eficiencia.

Desde un punto de vista de la eficiencia, -i.e, la obtención de máximos resultados empleando un mínimo de recursos- es imposible que el aumento de los impuestos pueda considerarse eficiente. A diferencia del mercado, donde existen costos, pérdidas y ganancias que orientan la eficiencia productiva, en la recaudación estatal no hay sistema de precios que permitan el cálculo económico. El ingreso es constante independiente de la valoración del usuario.  Si no hay riesgo de pérdidas, ni de quiebras, el logro de un sistema estatal eficiente es simplemente una quimera.


 El combustible del populismo.

Con cada nueva revuelta social o aspiración popular, una de las soluciones mágicas de los gobiernos, ha sido históricamente la misma: elevar los impuestos para financiar aquellas demandas. (asegurar su permanencia en el poder cediendo ante los grupos de presión a cambio del voto, es un práctica habitual en cualquier gobierno). ¿La consecuencia de este malévolo esquema? Una sociedad cada vez más irresponsable, dependiente y demandante. Aspectos que deberían pertenecer a la esfera individual o a la sociedad civil es delegada ahora al todopoderoso Estado moderno, que en nombre de la solidaridad, la «justicia social»  y un altruismo mal entendido, ha legitimado el robo institucionalizado y aún peor, provocado que muchas personas lo justifiquen.


¿Y las externalidades negativas?

Ya sabemos que los impuestos son robo y que su descenso puede propiciar el crecimiento económico. Sabemos también que los gobiernos incluso pueden recaudar más al rebajar la carga fiscal. Pero ¿Qué pasa cuando la justificación de los impuestos es del tipo pigouveano?
En economía normativa, la justificación pigouveana para el cobro de impuestos -esto es, gravar aquellas actividades que producen externalidades negativas- es una posibilidad inevitable en la medida en que no puedan definirse los derechos de propiedad sobre los recursos, como en el caso de la contaminación del aire. Pero cuando estos están correctamente definidos, la negociación entre las partes (solución de Coase) resulta obviamente más justa, eficiente y libertaria, pues se elimina la discrecionalidad del burócrata, tan proclive al clientelismo. 


En síntesis, hay buenas razones prácticas para oponerse a los impuestos, sobre todo considerando que Taxation Is Theft.


 NOTAS:





Comentarios

  1. Si bien estoy de acuerdo con la entrada en general, al comienzo hay un problema con el mantra "los impuestos son un robo". El problema surge de que se asume que la única razón para pagarlos es el miedo al castigo estatal o el castigo mismo. Dice al comienzo "Los impuestos son cobrados al contribuyente por la fuerza que el Estado ejerce sobre él. El negarse a pagar impuestos es penado ya sea con fuertes multas, despojo de bienes o privación de libertad. Por lo tanto, si el Estado quita para sí con fuerza lo ajeno (aquello no ha producido) los impuestos SI constituyen robo".

    El problema es que no hay forma de saber si todos y cada uno de los contribuyentes, ya sea personas naturales o jurídicas, pagan sus impuestos por temor al castigo o si lo hacen porque creen que es su deber o porque piensan que deben cumplir la letra de la ley etc. "Los impuestos son cobrados al contribuyente por la fuerza que el Estado ejerce sobre él". Es siempre así? Cuando se emiten boletas de servicios pudiendo no hacerlo, o cuando se le pide boleta a un comerciante pudiendo no hacerlo, donde está la fuerza que el Estado ejerce? En ninguna parte. Por otro lado es plausible que muchas empresas paguen sus impuestos para evitar la reprimenda del SII, pero en el caso de las personas naturales que emiten boletas y realizan compraventas comerciales, es menos claro que lo hagan para evitar la reprimenda del SII. De hecho en el caso de las compraventas en el comercio minorista, uno podría perfectamente pensar que el pago del IVA es casi voluntario porque existe la opción de acordar con los comerciantes que no den boleta. Claro que en ese caso lo que antes iba a parar al SII ahora va a parar directo al comerciante, es poco probable que se tome la molestia de calcular el 19% y descontarlo, pero el asunto es que ese 19% ya no va a parar a las arcas fiscales y tampoco hay fuerza estatal mediando en la compraventa sin boleta.

    Lo mejor en ese caso es despenalizar el no pago de impuestos para personas naturales y personas jurídicas. Así se puede saber con certeza quienes pagan por un sentido de deber o lo que sea por el estilo, y no por temor a un hipotético castigo.

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  2. Gracias por tu comentario.
    Entiendo tu punto, pero la calificación de "robo" es con respecto a la propia definición, pues el COBRO es forzado, independiente de si existen mecanismos que el consumidor pueda usar para evadirlos (como las compras en el mercado negro). Valga la analogía, el cobro de impuestos es equivalente a que un ladrón te amenace con un arma diciéndote:"dame el 20% de lo que tienes en tu billetera". El que no te pida la totalidad del dinero, que te devuelva "algo" a cambio, o que incluso tú consideres que ese ladrón hace un buen uso de lo que te arrebató, no cambia el *origen* de la relación entre las partes: el uso de la fuerza.

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